Me estrenaba como saxofonista callejero por las calles de Madrid. Para ser exacto, aquél día me encontraba a media mañana tocando en la Calle de las Huertas. Por lo visto llevaba más de dos horas soplando, cuando de repente, una música a todo volumen abordó mi interpretación.
El hombre salía por la ventana vociferando e invitándome agresivamente a que me fuera. Me dijo que ya estaba harto de escucharme tocar y lo que sonaba en su equipo de música si que era un saxo, y no lo mío. Pude reconocer una canción de Dire Straits y su famosa melodía de saxofón.
Con un halo de humanidad y esperanza, un transeúnte pasaba en ese instante , y sin aminorar la marcha para seguir caminando, me dijo:
- No le hagas caso, ese hombre está loco y tú sigue tocando que lo haces muy bien…
- Gracias… -algo desanimado le contesté-.
Me quedé un momento dubitativo, no sabía si seguir soplando. Llevaba unos cuántos días tanteando la suerte de no meterme en líos. Toqué unas cuántas notas inseguras y me dije a mi mismo que ya estaba bien. Desmonté el instrumento y me fui a un bar de la calle Atocha para tomar una cerveza y comerme un bocadillo de jamón. Aún me sonaban monedas en el bolsillo, por el momento ¡Eso sí que era música para mi cuerpo!